Coloniales, afrancesados o modernos, llegaron a México en la época de la conquista y llevan moliendo harina desde el siglo XVI.
Publicación: 28/08/2015
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Los españoles introdujeron en México los molinos de trigo para la fabricación de harina allá por 1521. Como explica el catedrático de la UPN Víctor Gómez, el Valle de México tenía corrientes de agua, requisito ideal para la instalación de los primeros molinos hidráulicos coloniales que estuvieron en funcionamiento hasta 1850. Allí se establecieron también grandes sembradíos de trigo para abastecer a la Ciudad de México. La población mexicana, acostumbrada a la tortilla de maíz, adoptó el pan en su dieta sin grandes contratiempos. Estos primeros molinos eran réplicas de los molinos medievales españoles y operaron sin grandes cambios hasta mediados del siglo XIX.
“La tecnología molinar fue introducida en México el momento posterior a la conquista. Fundaron los molinos en sitios donde se garantizaba un abasto constante de agua. En los alrededores de la Ciudad de México funcionaron más de 20 desde la colonia. Establecimientos comerciales destinados a la producción de harina”, matiza Gómez en su estudio ‘Historia de la Tecnología y Molinos de Trigo’. Este cereal era un cultivo extraño en nuestro país y su producción requería cambios tecnológicos y sociales. El trigo necesitaba riego y arado, técnicas desconocidas por los indígenas, por lo que fracasó el intento de obligarlos a sembrarlo en sus milpas. Tampoco la importación de trigo de España era una solución por el alto coste de los traslados. Así que los españoles se convencieron de que deberían ser ellos mismos quienes dirigieran los cultivos en regiones con abundante agua y mano de obra.
“La conquista produjo un mestizaje en el aspecto culinario y lo podemos constatar en la mesa de los mexicanos actuales, los cuales consumen tortillas y pan, sin embargo, la tecnología para la producción de los mismos durante largo tiempo siguieron caminos diferentes. La tortilla se produjo en un circuito doméstico, y el pan en uno comercial”, asegura Víctor Gómez en uno de los pocos estudios sobre la materia. “Uno de los principales problemas al que me enfrenté para investigar la historia de los molinos mexicanos fue la escasez de fuentes. Pocos son los trabajos que dan cuenta de esta importante agroindustria, en contraste con la diversidad de estudios sobre el mismo tema realizados en Europa”, asegura el autor.
A pesar de la simplicidad tecnológica, en el molino colonial (1521-1850) había una clara división del trabajo: por un lado estaba el administrador, encargado de supervisar las labores, y por el otro los trabajadores: molineros, pepenadores (lavaban y cargaban el trigo) y carreros (transportaban trigo y harina). Pero el constante aumento del consumo de harina y la llegada de técnicos de este país originó la aparición del molino francés (1850-1885). Los mecanismos de molienda se volvieron más complejos, con el uso de turbinas y piedras importadas de Francia.
Como explica Gómez, en esta etapa se hace notoria la independencia de los molinos, que empiezan a rentarse y venderse separados de las haciendas. La desamortización de bienes eclesiásticos generó también cambios en la propiedad, los molinos cambiaban continuamente de manos hasta que con la llegada del vapor y la energía eléctrica se imponen los ‘molinos modernos’, germen de los actuales. Este período coincide con la modernización en los medios de transporte, principalmente las vías férreas a diferentes puntos del país, lo que permitió el traslado de harina de forma rápida y económica. Los estados de Sonora y Sinaloa, en el noreste del país, se especializaron en la producción de trigo, y en los mismos estados se establecieron modernos molinos trigueros. Y hasta hoy.
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Copyright © 2024 MUNSA MOLINOS, S.A. de C.V.
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